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"EL RINCÓN SECRETO" · (Emecé Condado)



"EL RINCÓN SECRETO"

Laura nunca entendió por qué la gente complicaba tanto el sexo. Meter y sacar, repetir como si el placer viniera de la inercia. A ella no le hacía falta todo eso. Lo que quería era claro y sin rodeos: una lengua en su axila. Sin penetración, sin falsas expectativas. Solo eso. Tomabas el trato o seguías tu camino.

Desde que conoció a Daniel, supo que era del tipo manejable y con suficiente curiosidad para dejarse llevar. Después de tres copas y unos cuantos comentarios intrascendentes, lo invitó a su apartamento. Allí, bajo la suave luz del salón, le sirvió un whisky y fue directo al grano.

Se quitó la camiseta con la facilidad de quien ya no pierde tiempo con las formalidades.

—Voy a ser clara. Nada de sexo al uso. Lo que quiero es que metas tu lengua aquí —dijo, levantando el brazo y mostrando su axila sin ningún pudor—. Sabe rico... Te va a gustar.

Daniel tragó saliva, atrapado entre la sorpresa y una excitación que no entendía del todo. Nadie le había pedido algo así en su vida. Pero Laura lo miraba sin pestañear, con la seguridad aplastante de quien tiene todas las respuestas, y Daniel entendió que su papel era sencillo: obedecer.

Ella se tumbó en el sofá, se acomodó con tranquilidad, los brazos tras la cabeza, exponiendo su axila sin más ceremonia. Daniel se inclinó y dejó que su lengua encontrara el camino.

El primer contacto fue eléctrico. Laura exhaló un gemido grave, ronco, un sonido que se sintió como una confirmación inmediata. Daniel, al darse cuenta de que estaba en el lugar exacto, siguió sin dudar. Lame aquí, pasa por allá. Ni rápido ni lento. Solo manten el ritmo.

Laura arqueó ligeramente el cuerpo, abandonándose por completo al placer que le recorría cada nervio. El orgasmo llegó como una ola lenta y contundente. Sus piernas temblaron, sus dedos se crisparon, y ella dejó escapar una respiración entrecortada, profunda. No hubo queja ni exceso. Cuando todo terminó, se incorporó con calma, como quien acaba de cerrar un trato en silencio.

—Ahora es mi turno —dijo sin darle más vueltas.

Se arrodilló frente a él, desabrochó su pantalón con precisión y le bajó la cremallera sin prisas ni juegos. Era eficiente, no romántica. Lo hizo como quien conoce su oficio, sin exageraciones y sin alardes. Daniel se corrió rápido, casi sin darse cuenta . El trabajo estaba hecho.

Laura se limpió la boca con una servilleta y volvió a acomodarse en el sofá, completamente relajada.

— ¿Otra copa? —le preguntó mientras cruzaba las piernas, como si él ya formara parte del mobiliario.

Daniel se subió los pantalones en silencio. Sentía que lo habían usado, aunque sin ninguna malicia. La claridad de Laura era desarmante: no había nada detrás de lo que acababa de pasar, y tampoco lo habría mañana.

Se quedó un segundo allí, aturdido, mirando cómo ella se servía otro whisky con la serenidad de quien no espera más de nadie.

—No quiero volver a repetir esto. No te volveré a llamar —le dijo, firme, como quien anula una suscripción con fecha inmediata.

Laura lo miró un instante, con la misma expresión que tendría un gato al ver caer una hoja. Le dedicó una sonrisa pequeña, casi perezosa.

—No esperaba que lo hicieras —respondió, y con eso, el asunto quedó cerrado.

Daniel salió por la puerta, sintiéndose rabioso y perdido. A ella no le importó. Se sirvió otra copa, se tumbó en el sofá y cerró los ojos, satisfecha en su reino sencillo y perfecto.


Emecé Condado

(12/11/24)







 

Comentarios

  1. Brutal relato. Sin concesiones.
    Forma y fondo directísimos.

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